lunes, 3 de enero de 2011

Yo: el hijo de Dolores Argelés






 “(…) La persona que tenga excluida a la mamá,
no puede amar a ninguna otra persona, tampoco a su pareja,
tampoco a los propios hijos. ¿Y entonces dónde comienza el gran amor? 
Comienza con la madre”.
(…) allí donde se logra establecer la relación con la madre,
todas las demás relaciones también se dan.
La persona que ama a su madre se le nota enseguida, su rostro está radiante y las demás personas aman a esa persona y él ama su trabajo
y también encuentra trabajo y siempre tiene dinero.
El que no tiene dinero no tiene madre,
está separado de la madre, el que no tiene trabajo está separado de la madre,
el que no tiene pareja está separado de la madre,
¿entonces dónde comienza la felicidad y dónde comienza la salud?
Con nuestra madre...

Bert Hellinger


Historia de Familia
4 de diciembre de 2010

Familia Gil Argelés

Po r  G r a c i e l a A z c á r a t e



¿Se habrá inspirado Bert Hellinger en Juan Gil para escribir esta elegía a la madre? Eso que antecede y que interpreta el pensamiento del filósofo y psicoanalista Bert Hellinger es lo que sentí desde que conocí a don Juan Gil Argeles.


Todas la propuestas para preparar la exposición del exilio español, todas las sesiones de fotos para elaborar el ícono de la exposición y diseñar gráficamente los paneles fotográficos, todas las idas y venidas para hacer la presentación del evento tenían en don Juan un eco, una alegría de vivir y de inventar como esa capacidad de asombro sin límites de los niños.

Nunca formulé esta idea hasta que hace unas semanas releyendo las memorias de don Juan encontré un párrafo enternecedor donde habla de su madre y de “los deditos manchados de azul”.


En busca de recursos, el amigo Murga, apodado posteriormente Mustafá, por haber estafado a mis padres, con ínfulas de químico, facilitó la fórmula para fabricar azul de  blanquear la ropa, llamada en el país “azul de bolitas”. Mi padre fabricó los moldes, mezclado con ayuda de mi madre y prensado por R. Fernández y envuelto y empaquetado por mis hábiles y menudos dedos. Así pudimos vender puerta a puerta, de colmado en colmado, libra a libra y en ocasiones en base a cambalache forzado y a todo correr.

Se mezclaba una barrica de bicarbonato, una barriquita de azul de Ultramar o de Prusia, ligando esa mezcla con cola en base a goma
arábiga para darle consistencia. Se producían unos 300 paquetes de una libra de peso, de 16 pastillas cada uno, que yo envolvía en las mañanas, pues en las tardes iba a la escuela Chile. Mi remuneración era un refresco que valía 5 centavos y me lo tomaba los domingos en la tarde. No recuerdo que esa bonanza durara mucho”.
“Deditos teñidos de azul”, una carrera de kilómetros, la madre modista y maestra en tierra extranjera le enseña a crecer, a trabajar, a vivir la vida con alegría, a enfrentar las dificultades con entereza. 

“En busca de economía, mi madre daba de comer a los residentes de la casa cuyo alquiler de unos 10 pesos al mes compartíamos, y en la dieta básica figuraba mucho pan, en el desayuno, la comida y la cena. Por ello mi madre recurrió a la panadería de Quico Caro y logró precio especial para pulpería o ventorrillo de reventa, así es que yo, con escasos siete años hacía 4 kilómetros todas las mañanas bien temprano para ir a recoger el pan”.

El relato de cómo narraba a su madre ganándose la vida en un barrio de Santo Domingo me dio la clave para entender la vida de un hombre de más de setenta años que irradia alegría, entusiasmo por la vida porque ama a su madre.

¿Cuál es el origen de ese hijo de Dolores Argeles, la de Gerona? La del paso por los Pirineos, la del viaje por la frontera un 14 de julio de 1939, la mucama de un hotel que lo encierra y lo va a ver cada tanto, mientras visita las oficinas del S.E.R.E para ver si llegó el padre del campo de concentración; la del azul de Prusia y los deditos sucios, la de los panes, la costura y las flores en una tumba de Cabanes?


El 1 de junio de 1933, en Barcelona, nació Juan Antonio Bernabé Gil Argeles. Cuenta que su madre estuvo grave pero se salvaron. Y se salvaron para iniciar una odisea que empieza en febrero de 1936, cuando el padre pasa por Cabanes, junto a otros militares de la aviación republicana rumbo al exilio. Se extiende en el recuerdo hasta que se muere prematuramente a los cuarenticuatro años de edad y crece en ese recuerdo de 1999 ante la tumba de su madre
que siempre tiene flores frescas.


“El 13 de julio de 1939 salimos mi madre y yo 
junto a un grupo de mujeres y niños al exilio desde Cabanes, llegamos el 15 a Port Vendres en Francia y más tarde tomamos un tren hacia Burdeos para reunirnos con mi padre, prisionero en el campo de concentración, primero en Argeles Sur Mer y después en Gurs para tomar el barco que nos llevaría a República Dominicana.

Recién el 1 de enero de 1940 mi padre logra salir de Gurs, se escapó de un tren en marcha y logró reunirse con nosotros en las oficinas del SERE, en Burdeos.

El 30 de enero tomamos el vapor La Salle en Burdeos rumbo a Santo Domingo.

El 23 de enero de 1940 llegamos a Puerto Plata, seguimos por tren a Navarrete y en camioneta del ejército a Dajabón.

En mayo, viajé con mi madre de Dajabón a Ciudad Trujillo en busca de mi padre que había conseguido trabajo”.

(…) “En septiembre de 1940 comienzo a ir a la Escuela Chile en la calle Emilio Prud Homme por las tardes.

En abril de 1948 ingreso a la Escuela Normal Presidente Trujillo, el curso es el Tercer Teórico B. Algunos de mis compañeros son: Vincho Castillo, Juan B, Mejía, Luis Alcalá, Brigdwater, Hernández Guantes. Entre mis profesores recuerdo a Andrés Avelino, Elvira viuda Llovet (La Fiury), Bienvenido Mejía y Mejía, Manolín Troncoso (Cuaja), Francisco del Rosario, Mr. Gómez. Los supervisores de la Normal eran Virgilio Travieso (Palo de Fuete), y su hermano Sebo Tibio, el director era el señor Martí y el subdirector el señor Mieses".

(…) En 1999 de visita en Barcelona, me encontré con mi primo Sergio Argelés, unos pocos meses mayor que yo, con quien no había tenido mucho contacto a pesar de ser hermanos de leche pues su madre me amamantó al no poder hacerlo la mía a causa de una enfermedad contagiosa adquirida durante el parto.

Durante la visita que le hice, hablando de la familia, terminamos hablando de mi madre que está enterrada en Cabanes, su pueblo natal, 1936 en donde él mantiene la casa de los abuelos que heredó.

Me contó que la tumba de mi madre, las veces que había ido al cementerio a ver la tumba de los abuelos, la había encontrado siempre con flores frescas. Me sorprendió sobremanera la noticia, a tal punto que comencé a investigar.

Descubrí que una señora, llamada Alegri, que en su niñez, cuando mis padres regresaron a Cabanas (1956), la acogieron y cuidaron en vista de la precaria situación de sus padres, se había tornado en la fiel cuidadora de sus restos por más de 41 años, desde 1958 hasta 1999".

En “Civilizadoras de la frontera” la historiadora Teresa Vinyoles, de la Universidad de Barcelona describe el importante papel que las mujeres jugaron en la frontera pirenaica.

Las fronteras no son una simple línea demarcadora. Esos espacios fronterizos, a la vez conflictivos, separadores e integradores, son espacios que por definición significan ruptura, de hecho establecen
relaciones, es un espacio de transición.


“En los tiempos medievales, amplias franjas de territorio servían de frontera entre pueblos, formando inter espacios, de tierra de nadie, o tierra de todos. Estas regiones fronterizas ofrecían oportunidades interesantes a personas muy distintas: los campesinos podían cultivarlas y colonizarlas; la nobleza disponía de espacios para sentar sus señoríos, la Iglesia tenía la posibilidad de ampliar sus influencias: los condes y los reyes extendían y consolidaban allí su poder. La frontera, además, era refugio de fugitivos”.

En esos espacios hispánicos medievales hubo una frontera real y simbólica a la vez, entre dos mundos, el islámico y el cristiano. La frontera fue avanzando hacia el sur y colonizando y civilizando y es en ese límite, donde las mujeres tuvieron una presencia fundamental.

Las mujeres que vivieron en esa frontera, en tierras de los condados catalanes, Aragón, Navarra, en esas fronteras definidas en los documentos como de “horror y soledad” desarrollaron una vasta obra civilizadora.

Un sinónimo de la palabra civilizar puede decir: refinar, pulir, suavizar, avanzar, crecer…

Ellas pulieron esas relaciones en esa zona de nadie que necesita de la argamasa de crecer, sembrar, pulir una historia de las relaciones humanas donde las mujeres con sus hijos, nueras, nietos y esposos roturan la tierra, siembran, fundan ermitas, monasterios, engendran hijos e hijas continuadoras del linaje, pacifican, son hábiles diplomáticas, controlan la despensa, cocinan, gobiernan, juzgan, mantienen los caballos a resguardo.

Dueñas del espacio doméstico, ellas son las referencias genealógicas. En el juramento de lealtad de hombres y mujeres, solo reconocen su filiación materna.
  
Por eso, Juan Antonio Bernabé Gil Argelés, vive sus 77 años de vida con los deditos teñidos de azul, corriendo cuatro kilómetros todos los días como un corredor de fondo, porque su juramento de vida discurre entre esas mujeres de la frontera pirenaica, que como María de los Ángeles Gil Jacas, Ángela Jacas Gascó, Francisca Puig V., Rosa Gil de Sanchis, Engracia Gil de Coll y como su madre, Dolores Argeles, han forjado “esa voluntad de ser ellas, protagonistas de su vida y de la historia, de crear vínculos y dejar memoria”.


Los padres de Juan Gil en Barcelona en 1937. El padre lleva la cazadora de cuero del cuerpo de la aviación republicana.

Juan Gil en su graduación bachiller 1949.


*Testimonio escrito de Juan Gil Argeles
y archivo fotográfico familiar.











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